sábado, 6 de julio de 2013

Autobiografía

Un camino de fe

A los quince años tras entrar al movimiento de Schoenstatt, comencé mi participación activa y consciente en la fe. Pero este camino no comenzó acá.

                Al poco tiempo de haber nacido, específicamente cumplido los dos meses y medio, mis padres convocaron a una serie de familiares y amigos para celebrar mi bautismo en la iglesia de los Padres Franceses de Viña del Mar, fue en este momento, al recibir el primer sacramento en que me hice parte de esta querida familia que es la Iglesia Católica. Claramente, con esa edad no entendí lo que acontecía ni el motivo de festejo que se provocó.

                Durante mi niñez, tampoco logré captar la importancia de ello. Pero claramente Dios se va encargando por medio de instrumentos como mi madre, que siempre fue inculcándome la importancia de ir a Misa los domingos y de los valores morales como lo son los mandamientos. Sin duda, esto no quiere decir, que yo iba con gusto a misa. No olvidar que era una niña, muy juguetona,  traviesa y me atrevería a decir un poco hiperactiva. Que claramente estar sentada durante una hora escuchando un sacerdote no era del todo entretenido. Pero, nada que técnicas propias de las madres no pudieran resolver. Antes de comenzar el rito, realizábamos un pacto con mi hermana y mamá para portarnos bien durante la celebración y si lo cumplíamos luego de la consagración del pan y el vino, podríamos ir a comprar unos dulces al negocio fuera del templo. Así, fui adquiriendo el hábito de la misa dominical.

                Luego, cuando cumplí 10 años, comenzó la preparación para la primera comunión que, a modo de detalle les cuento que yo fui a un colegio laico, donde la catequesis la realizaban los padres y/o apoderados una vez a la semana, y a nosotras fuera de doblarnos las horas de religión ese año, no fue muy profunda la enseñanza. Pero, paralelo a esto, se dictó un taller extra programático del cual participe muy activamente.

                Llegó el 3 de noviembre de dicho año y pude comulgar por primera vez. Acción que tampoco vivía y disfrutaba como ahora.

                Tiempo después, mi familia vivió instancias muy fuertes. Una de ellas fue el cáncer de mi mamá. Yo tenía catorce años y vivía junto a ella y mi hermana Isidora que tenía quince años. Si bien, Isi era mayor que yo, yo siempre tuve una personalidad más fuerte. Ella se vio muy afectada por la enfermedad que tenía nuestra madre, provocando en ella una especie de crisis de pánico que se manifestó en el colegio.  El establecimiento optó por no comunicarle esto a nuestra progenitora para que no alterara más su situación. Fue en ese momento, cuando una amiga de mi hermana llegó hacia mí, y me dijo “tranquila la Mater está contigo”. Fue ahí cuando mi corazón se tranquilizó, aunque no entendía lo que significaba Mater, ya me sentía profundamente acobijada y contenida.

                Pregunté qué significaba ese nombre, y significa Madre (en latín), de la Madre de Dios. Y,  es así como le llaman a la virgen un movimiento mariano llamado Schoentatt. Fue así como conocí dicho movimiento y entré a él cuando tuve la posibilidad al año siguiente.

                Sin duda esto provocó un antes y un después en mí, ya que tomé conciencia de mi religión y aprendí a vivirla de una manera activa.

                Me integré a la juventud femenina de dicho movimiento cuando estaba en primero medio, junto con unas compañeras de colegio y comenzamos la formación que constaba en ir una vez a la semana a reunión de “grupos de vida” que era el conjunto de personas con las personas que teníamos las reuniones. Al año siguiente fui jefa de este grupo, cargo que servía para ayudar a la que nos dirigía. Mi corazón comenzó a arder fuertemente por esto. Y al año siguiente participé de una formación más intensa denominada “Escuela de Jefas”.

                Paralelo a esto, nos situamos en el año 2008, donde no era ni es muy habitual llevar una vida activa en la religión, intentando ser consecuente con ideales y anhelos propios de la doctrina.  Además  la sociedad al saber que perteneces a dicha religión ejerce una presión sobre el individuo en cuanto a la consecuencia, olvidándose que todos podemos errar. Esto implicó varios disgustos con personas. Pero, al fin y al cabo,  me fui dando cuenta que uno se junta con las persona cuyos pensamientos y actitudes se asemejan a lo de uno. Y como mi fervor por encarnar dichos ideales seguían intactos me seguí entregando por esto que tanto quería.  

Fue así como en cuarto medio, comencé dirigiendo, preparando a un grupo de niñas que estaban en ese tiempo en octavo básico. Lo que me permitió crecer en la fe de una manera desbordante, tanto en doctrina como en espiritualidad. Y lo que provocó, dos años después descubrir mi verdadera vocación de formadora, es decir, educadora. Ya que, antes yo estudiaba ingeniería comercial.

Junto con el primer año de la nueva carrera (educación general básica), decidí entrar a un proceso de discernimiento para decidir si quería consagrarme como militante de aquella juventud que me recibió y formó. Lo que implicaba entregarme por ella tanto física como espiritualmente, es decir, aumentando mi vinculación con Dios por ella y preparando actividades o apostolados de ella.


Fue así como el 14 de abril del 2012 realicé dicho acto y ¡heme aquí!, una joven universitaria común y corriente, que disfruta el día a día, que comparte con sus amistades y familia, pero que está profundamente arraigada en Dios y que intenta entregarse al máximo por una juventud tan preciada como el “Cenáculo joven para un nuevo amanecer” (Juventud Femenina de Schoenstatt de Viña del Mar).