Un camino de fe
A
los quince años tras entrar al movimiento de Schoenstatt, comencé mi
participación activa y consciente en la fe. Pero este camino no comenzó acá.
Al poco tiempo de haber nacido,
específicamente cumplido los dos meses y medio, mis padres convocaron a una
serie de familiares y amigos para celebrar mi bautismo en la iglesia de los
Padres Franceses de Viña del Mar, fue en este momento, al recibir el primer
sacramento en que me hice parte de esta querida familia que es la Iglesia
Católica. Claramente, con esa edad no entendí lo que acontecía ni el motivo de
festejo que se provocó.
Durante mi niñez, tampoco logré
captar la importancia de ello. Pero claramente Dios se va encargando por medio
de instrumentos como mi madre, que siempre fue inculcándome la importancia de
ir a Misa los domingos y de los valores morales como lo son los mandamientos.
Sin duda, esto no quiere decir, que yo iba con gusto a misa. No olvidar que era
una niña, muy juguetona, traviesa y me
atrevería a decir un poco hiperactiva. Que claramente estar sentada durante una
hora escuchando un sacerdote no era del todo entretenido. Pero, nada que
técnicas propias de las madres no pudieran resolver. Antes de comenzar el rito,
realizábamos un pacto con mi hermana y mamá para portarnos bien durante la
celebración y si lo cumplíamos luego de la consagración del pan y el vino,
podríamos ir a comprar unos dulces al negocio fuera del templo. Así, fui
adquiriendo el hábito de la misa dominical.
Luego, cuando cumplí 10 años,
comenzó la preparación para la primera comunión que, a modo de detalle les
cuento que yo fui a un colegio laico, donde la catequesis la realizaban los
padres y/o apoderados una vez a la semana, y a nosotras fuera de doblarnos las
horas de religión ese año, no fue muy profunda la enseñanza. Pero, paralelo a
esto, se dictó un taller extra programático del cual participe muy activamente.
Llegó el 3 de noviembre de dicho
año y pude comulgar por primera vez. Acción que tampoco vivía y disfrutaba como
ahora.
Tiempo después, mi familia vivió
instancias muy fuertes. Una de ellas fue el cáncer de mi mamá. Yo tenía catorce
años y vivía junto a ella y mi hermana Isidora que tenía quince años. Si bien, Isi
era mayor que yo, yo siempre tuve una personalidad más fuerte. Ella se vio muy
afectada por la enfermedad que tenía nuestra madre, provocando en ella una
especie de crisis de pánico que se manifestó en el colegio. El establecimiento optó por no comunicarle
esto a nuestra progenitora para que no alterara más su situación. Fue en ese
momento, cuando una amiga de mi hermana llegó hacia mí, y me dijo “tranquila la
Mater está contigo”. Fue ahí cuando mi corazón se tranquilizó, aunque no
entendía lo que significaba Mater, ya me sentía profundamente acobijada y
contenida.
Pregunté qué significaba ese
nombre, y significa Madre (en latín), de la Madre de Dios. Y, es así como le llaman a la virgen un
movimiento mariano llamado Schoentatt. Fue así como conocí dicho movimiento y
entré a él cuando tuve la posibilidad al año siguiente.
Sin duda esto provocó un antes y
un después en mí, ya que tomé conciencia de mi religión y aprendí a vivirla de
una manera activa.
Me integré a la juventud
femenina de dicho movimiento cuando estaba en primero medio, junto con unas
compañeras de colegio y comenzamos la formación que constaba en ir una vez a la
semana a reunión de “grupos de vida” que era el conjunto de personas con las
personas que teníamos las reuniones. Al año siguiente fui jefa de este grupo,
cargo que servía para ayudar a la que nos dirigía. Mi corazón comenzó a arder
fuertemente por esto. Y al año siguiente participé de una formación más intensa
denominada “Escuela de Jefas”.
Paralelo a esto, nos situamos en
el año 2008, donde no era ni es muy habitual llevar una vida activa en la
religión, intentando ser consecuente con ideales y anhelos propios de la doctrina.
Además la sociedad al saber que perteneces a dicha
religión ejerce una presión sobre el individuo en cuanto a la consecuencia,
olvidándose que todos podemos errar. Esto implicó varios disgustos con personas.
Pero, al fin y al cabo, me fui dando
cuenta que uno se junta con las persona cuyos pensamientos y actitudes se asemejan
a lo de uno. Y como mi fervor por encarnar dichos ideales seguían intactos me
seguí entregando por esto que tanto quería.
Fue
así como en cuarto medio, comencé dirigiendo, preparando a un grupo de niñas
que estaban en ese tiempo en octavo básico. Lo que me permitió crecer en la fe
de una manera desbordante, tanto en doctrina como en espiritualidad. Y lo que
provocó, dos años después descubrir mi verdadera vocación de formadora, es decir,
educadora. Ya que, antes yo estudiaba ingeniería comercial.
Junto
con el primer año de la nueva carrera (educación general básica), decidí entrar
a un proceso de discernimiento para decidir si quería consagrarme como
militante de aquella juventud que me recibió y formó. Lo que implicaba
entregarme por ella tanto física como espiritualmente, es decir, aumentando mi
vinculación con Dios por ella y preparando actividades o apostolados de ella.
Fue
así como el 14 de abril del 2012 realicé dicho acto y ¡heme aquí!, una joven
universitaria común y corriente, que disfruta el día a día, que comparte con
sus amistades y familia, pero que está profundamente arraigada en Dios y que
intenta entregarse al máximo por una juventud tan preciada como el “Cenáculo
joven para un nuevo amanecer” (Juventud Femenina de Schoenstatt de Viña del
Mar).